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jueves, 23 de abril de 2020

La Historia del Turco

Octubre de 2026.
Tengo 25 años y por fin puedo volver a mi país. La guerra terminó hace 2 años. Todas las calles por las que jugaba de pequeño no existen. Ni los parques, ni la escuela, ni las mezquitas, nada. La guerra terminó hace tres años por lo que los esfuerzos por reconstruir y levantar esta ciudad han hecho que sea completamente desconocida para mí.He vuelto a casa de unos familiares dejando a mi madre atrás.Mis primos aún me recuerdan y nos ponemos a contar historias de antes de que me fuera. Sus hijos me preguntan que por qué hablo así.Yo les miro desconcertado. Siempre soñé con volver a casa.

Marzo de 2028. 

Voy de camino al trabajo y mis ojos se paran en una escuela. Es completamente distinta a lo que yo pude vivir. Todo lo que sé lo aprendí a través del trabajo y es que no había otra. Con apenas 10 años mi familia y yo huimos de Alepo hacia el norte. Llegamos a Kilis en Turquía. nos habían dicho que allí estaríamos bien y que nos ayudarían. Nos dieron cama, comida y cobijo y yo podía ir a la escuela. Nos dijeron que en unos meses estaríamos de vuelta en casa. Poco a poco empezó a llegar más gente. Donde éramos 2000 pronto fuimos 4000. Lo que iba a ser para unos meses se convirtió en 15 mil personas. Y no en cuestión de poco tiempo. La guerra no cesaba y a nosotros nos hacinaban. La comida fue desapareciendo poco a poco y la escuela dejó de ser lo que era. Nos obligaron a aprender Turco. Ellos decían que nos ayudaría pero la realidad era otra muy distinta.  Pronto si no les hablábamos en Turco nos denegaban la comida. Mis padre murió de tuberculosis y jamás supimos dónde pusieron su cuerpo. Huimos.
Otra vez.
Viajamos al norte conseguimos llegar a Estambul. No queríamos ir a Europa. Mi madre quería regresar a casa. Yo tengo 13 años y tengo que trabajar para ayudar a mi madre.
Comencé a trabajar en una fábrica de zapatos, sí con 13 años. Hasta que tuve 19 años continué haciendo zapatos. Trabajaba entre 6 y 10 horas al día. el resto del tiempo trataba de ir a la escuela. Se supone que el gobierno creaba hogares sociales pero la realidad, no era más que ir a casa de una vecina siria que fue maestra y sí, fue. En Estambul ya nadie era lo que fue. Allí nos reuníamos varios niños y niñas sirios para tratar de aprender. Me encantaban la Biología y las Matemáticas.
Ahora mirando esta escuela me muero de envidia.

Enero de 2029.
Me llaman "El Turco". En el trabajo, mis primos, mis nuevos amigos, y alguno de los viejos que sobrevivieron. Todos me llaman "El Turco". Y es curioso... En Kilis era un sirio más, igual que el resto de mis compatriotas y en Estambul, era "otro sirio más". Lo único que compartía con ellos era la religión. Cuando teníamos que rezar era el único momento en que no me sentía diferente. El único momento en que no me miraban como un apestado por no tener su acento o no pronunciar bien su idioma. Por no saber leer bien su idioma. El único momento en que podía ver a mi madre feliz.
Salía de rezar e iba a buscarla a la entrada. Hombres y mujeres rezan en lugares separados. Aprovechaba para corretear por la mezquita y jugar con otros niños. Podía ser un niño. Iba con mi madre a los mercados probaba algún dulce. Nos reuníamos en casas y compartíamos té y jugaba con otros niños. Aunque no podíamos ir todas las semanas a la mezquita para mí era un día especial.


Septiembre de 2030.
Pronto se cumplirán cuatro años desde que pude volver a mi país. Todo ha cambiado, todo es diferente. Todas las veces que soñé con regresar a mi casa. Correr por las calles. Todo es diferente. Me tratan diferente. Pensaba que por comprensión pero parece que "El Turco" es diferente. Al menos es viernes y en la mezquita nadie me molestará.

lunes, 13 de mayo de 2019

Aqueronte


Pues este relato lo escribí para un concurso cuya temática era "Otra cerveza, por favor". Desgraciadamente y con algo de decepción no ha sido seleccionado finalista. Aún así me gustaría que al menos no se pierda en el olvido.



¿Qué hora será? Miré al reloj. Las dos de la mañana – dije para mí mismo.
Un sábado más me encontraba apoyado en la barra del bar de siempre, rodeado de, básicamente, las mismas personas de siempre. Es un bar oscuro. Al fondo hay varias mesas redondas rodeadas de sillones, en apariencia cómodos. Ahora que lo pienso, llevo viniendo cuatro años y nunca he llegado a sentarme en uno de ellos. En ocasiones veo parejas sentadas hablando relajadamente; otras veces se besan apasionadamente, o simplemente se limitan a beber sin apenas mirarse el uno al otro, de forma que, si me dijeran que son dos desconocidos, me lo creería. Algunas veces vienen grupos de personas que han salido de trabajar y se sientan en aquellas mesas, esperando a que les lleven sus bebidas. Pero a las dos de la mañana esas mesas y esos sillones están ya vacíos. Cuatro hombres, cinco conmigo, somos los que quedamos apoyados en aquella barra de aquel bar oscuro.
Una barra repintada de negro. Se pueden ver huecos de la pintura antigua y burbujas de pintura nueva seca, humedecida por el rastro de las bebidas y marcada por el nulo uso de los posavasos. Algunos de esos hombres visten trajes y otros van trajeados. Yo pertenezco a los primeros. Visto traje, no por gusto, y hace tiempo que dejó de ser obligación. Simplemente lo visto. Cada día me lo pongo y termino en este mismo bar. Sin embargo, los hombres trajeados visten el traje que da gusto.; cuidan el mínimo detalle: que la corbata conjunte con los zapatos o que la camisa sea acorde al traje elegido. Yo ni me molesto, al final siempre visto lo mismo.
Miro al frente y me dirijo al hombre que está al otro lado de la barra, también apoyado como lo estoy yo. El olor a alcohol era tan fuerte que no podía discernir si era mío o suyo. Levantó la cabeza y por un breve instante hicimos contacto visual. Entendí esa unión de nuestras miradas como una invitación a hablar, así que hablé.

-¿Sabe? –Comencé –Estoy ya cansado de siempre lo mismo. ¿Usted no? He pensado en dejar mi trabajo o en divorciarme, ya ni sé las veces. He pensado en quitarme la vida incluso, pero no me he atrevido. Cada día le presto menos atención a mi aspecto. Hace tanto que mi mujer y yo no tenemos sexo que ni me acuerdo. Ya no sé si es que ella está con otro hombre o simplemente no quiere o soy yo que no le atraigo. Aunque siendo sincero, tampoco le pongo mucho interés. A veces miro a mi hija y pienso en si ella tendrá relaciones. De ser así, me alegro por ella, pero la envidio. ¡Ojalá volver a tener veinte años! Sin preocupaciones más allá de estudiar. Con un plato de comida en la mesa. También me acuerdo de mi madre. Que descanse en paz. Y del cabrón de mi padre. Ese malparido nos dejó a ella y a mis dos hermanos con una mano delante y otra detrás. Bendita mi madre que nos consiguió sacar adelante. Aunque perdone que le diga: ¿Para qué? ¿Para acabar en un bar de mala muerte rodeado de borrachos y yéndome a mi casa oliendo a alcohol y cerveza? Si llego a saber que este era el futuro que me deparaba, le hubiera ahorrado a mi madre la carga de sacarme adelante. Me habría encantado haber aprendido música y tocar la guitarra o el piano y haber sido un gran músico. También es verdad que mucho más lejos no han llegado mis hermanos. Uno muerto de varicela, el pobre, a los dieciséis años, y el otro cartero y sufre de gota.
Detuve mi discurso por un momento. Alcancé un vaso abandonado en la barra que aún tenía algo de líquido dentro. Lo miré y moví lo poco que tenía de un lado a otro. Me acerqué a olerlo. Era whisky. Lo volví a dejar en la barra y lo aparté a un lado con la muñeca. Me pareció que mientras hacía este ejercicio el hombre al que me dirigía dijo algo, sólo que no lo entendí o no le presté la atención suficiente.

- ¡Hum! Me encanta el whisky. –Proseguí – No sé cómo puede haber quién no beba esto. Mi hija la primera que lo odia, de hecho, cuando me ve con una copa me dice que es como chupar serrín. ¿Qué sabrá ella? Si a los jóvenes de hoy en día les sacas del vino barato y la coca-cola o de los gintonic, que cada vez se parecen a cualquier cosa menos a una copa, y no tienen ni idea. No tienen ni idea. Todo el día frente al teléfono. Que no salen de casa. El otro día mismo me dice que le dejase dinero, que está de compras. Yo la miraba y estaba tumbada panza arriba en la cama mirando a la pantalla del móvil. Para irse de compras habrá que salir de casa, ¡digo yo! Para colmo mi mujer le da la razón y me llama “carca”. No, si la culpa va a ser mía por rodearme de gente como esta. Trajeada y tan asqueada de su triste vida que están un sábado a las, ¿qué hora es? Las dos y media de la mañana, solos, bebiendo. Aunque os entiendo, sinceramente. Por algo estoy aquí. Volver a casa me asusta. Mi hija vive en un mundo completamente distinto al mío y a mi mujer cada día la veo más lejos, así que si me dan a elegir entre irme a casa y sentirme sólo o estar aquí y estar sólo, prefiero estar aquí. Porque, ¿sabe? No es lo mismo estar sólo que sentirse sólo. Cuando uno se siente sólo es un problema. Pero cuando uno está sólo no se siente sólo. A ver si me explico: sólo nunca estoy porque estoy conmigo mismo. Pero cuando voy a mi casa, hay algo de mí que ni me aguanta. Mi hija se encierra en su habitación y mi mujer, aunque está ahí sentada en el comedor conmigo, está completamente ausente. Que también pienso yo, que igual no le doy el clima propicio para conversar. Porque en esta vida todo tiene dos caras y no todo será cosa suya. Algo mal haré yo también para preferir estar aquí sólo que allá con ellas.

Hice una breve pausa, tomé aire y mirando hacia arriba continué:
- ¿Sabe qué es lo peor de todo? Que en realidad tampoco quiero hacer nada por mejorarlo. La desesperación me inunda y la respiración me es cada día más pesada. Estoy tan sumido en esta rutina y en esta mierda que no tengo ni ganas de hacer nada por cambiarlo. Son muchos años igual y me parece hacer demasiado esfuerzo a estas alturas. Ahora, que si ella hace algo… quizás le corresponda…quizás haga yo por estar bien. Qué fácil es pasarle la pelota a la otra parte, ¿verdad? ¿Ve? No es más que una muestra más de que no quiero cambiar nada, de que mi vida está mal y que mientras no vaya a peor, me conformo con que así siga. Que se mantenga lo mal que está y que no vaya a peor. Con eso me conformo. Prefiero estar sólo a sentirme sólo. Prefiero estar aquí que en mi casa. Prefiero estar mal con mi mujer a no estar. Prefiero recluirme en mi mundo a intentar comprender el de mi hija. Y prefiero contarle esto a usted, una persona desconocida tras la barra de un bar, que afrontarlo.
- Perdona. Yo sólo le había pedido otra cerveza. –Fue la respuesta que obtuve de aquella persona.
- Ah, sí, disculpe. –Contesté.
Cogí el vaso de whisky vacío que estaba sobre la mesa, tiré lo que quedaba de su contenido en el fregadero y lo dejé en la bandeja del lavavajillas. Cogí el trapo y limpié la estela que había dejado este tras de sí. Me giré, cogí un vaso limpio y me dirigí al grifo para llenarlo de cerveza.
- Aquí tiene caballero –Dije depositando el vaso encima de un posavasos.
- Gracias –Fue todo lo que me devolvió. Cogió su bebida y se giró hacia el televisor.




miércoles, 6 de febrero de 2019

Realidad Alternativa

Imagina tener la capacidad de enmendar todos tus errores, de poder volver atrás en el tiempo siempre que quisieras. ¿Cuántas novelas tratan sobre ello, sobre el efecto mariposa, las líneas temporales, los desdichados y variopintos desenlaces, de las posibilidades? ¿Cuántas películas o series han coqueteado con la dulce posibilidad de manejar el tiempo?

Pues yo puedo hacerlo. Puedo volver atrás en el tiempo, cambiar lo que ocurrió y a diferencia de lo que nos enseña la ciencia ficción, cuando regreso a mi tiempo, nada ha cambiado. Vuelvo a mi era y a mi presente sin que nada haya cambiado.


Entonces, ¿Sirve de algo volver al pasado si no puedo cambiar nada de mi historia?

La verdad es que más allá de volver a mi cuerpo de mujer de 17 años y revivir experiencias de nada más me sirve.

Me ha ayudado como digo yo a "parar" mi propio tiempo, a utilizar estos viajes como una cápsula del tiempo con la que poder estudiar para un examen difícil, leer o pensar largo y tendido antes de tomar una decisión. Porque por muchas cosas que cambié, y te aseguro cambié multitud de cosas, nada, absolutamente nada en mi presente, ha cambiado.


Por lo que tengo este poder, esta habilidad y de nada me sirve. No envejezco ni más rápido ni más despacio. Mi cabeza no va a estallar por recordar hechos de una nueva linea temporal alternativa. La gente de mi alrededor me conoce y aquellas personas que conocí volviendo atrás, no saben ni que existo. De hecho, en una ocasión me obsesioné con un ex novio y utilizaba los viajes para revivir las experiencias juntos. Pero al final me terminé dando cuenta yo sola por qué me dejó, ya que yo vuelvo atrás siendo quien soy en el presente y aunque volviera a ese tiempo, el mío seguía su curso. Ni para trastornarme sirve.


Así que si lees esto y por algún casual eres de una línea temporal distinta o de una realidad alternativa te doy las gracias por haberme enseñado que se puede utilizar el tiempo del pasado para cambiar o avanzar en el presente, pero que de nada vale cambiar lo pasado porque ya forma parte de nosotros.

El pasado es pasado y al presente se le llama así porque es un regalo.

Atte:

Lex   
2131 D.C.